En la mayoría de las ocasiones las reflexiones nos sirven como meditación ante aquellas situaciones que parecerían un problema insalvable, nos hace más conscientes de que las cosas además de ser como son, también dependen de cómo las vivamos. Mi consejo es invitaros a leer las reflexiones muy poco a poco, incluso sólo una de cada vez, para poder saborearlas y asimilar así mejor su enseñanza.

 Náyade García

En el andén de la vida..


Cuando aquella tarde llegó una señora a la vieja estación le informaron que el tren en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. 

 La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo.

 Busco un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. 

 Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. 

 Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. 

 La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta de que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. 

 Como repuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. 

 La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.

 El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. 

 La señora cada vez más irritada y el muchacho cada vez más sonriente.

 Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta.

 “ No podrá ser tan descarado”, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. 

 Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. 

 Así, con gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.

 ¡ Gracias! - Dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. 

 “De nada” -Contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. 

 La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. 

 Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: 

“¡Que insolente, que mal educado, que será de nuestro mundo!”.

 Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. 

 Abrió su bolsa para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galleta INTACTO. 

 Cuántas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas, nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones. 

 Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en nosotros, hace que juzguemos injustamente a personas y situaciones y sin tener aún porqué, la encasillamos en ideas preconcebidas, muchas veces tan alejadas de realidad que se presenta. 

 Así, por no utilizar nuestra capacidad de autocrítica y de observación, perdemos la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones, haciendo crecer en nosotros la desconfianza y la preocupación. 

 Nos inquietamos por acontecimientos que no son reales, que quizás nunca lleguemos a contemplar y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán.




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